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.La dama, sabiendo que estaba obligada al caballero y que la petición era honesta, aunque mucho desease alegrar con suvida a sus parientes, se dispuso a hacer aquello que micer Gentile pedía, y así lo prometió y dio su palabra.Y apenas habíanterminado las palabras de su respuesta cuando sintió que el tiempo de dar a luz había llegado; por lo que, tiernamente por lamadre de micer Gentile ayudada, no mucho después parió un hermoso varón, la cual cosa muy mucho redobló la alegría demicer Gentile y la suya.Micer Gentile ordenó que las cosas necesarias fuesen preparadas y que ella fuese atendida como si supropia mujer fuese, y a Módena secretamente se volvió.Terminado allí el tiempo de su oficio y teniendo que volver a Bolonia,hizo que, la mañana que debía entrar en Bolonia, se preparase un gran convite en su casa para muchos y nobles señores deBolonia entre los cuales estaba Niccoluccio Caccianernici; y habiendo vuelto y echado pie a tierra y encontrándose con ellos,habiendo también encontrado a la señora más hermosa y más sana que nunca y que su hijo estaba bien, con alegríaincomparable a sus invitados sentó a la mesa y les hizo servir magníficamente muchos manjares.Y estando ya cerca de su finla comida, habiendo él dicho primeramente a la señora lo que intentaba hacer y arreglado con ella la manera en que debíaconducirse, así comenzó a hablar:-Señores, me acuerdo de haber oído alguna vez que en Persia hay una costumbre honrada según mi juicio, la cual es quecuando alguien quiere honrar sumamente a su amigo lo invita a su casa y allí le muestra la cosa más preciada que tenga, sea sumujer, su amiga, o su hija, ¡afirmando que, si pudiese, tal como le muestra aquello, con mucho más agrado le mostraría sucorazón!; la cual entiendo yo seguir en Bolonia.Vosotros, por vuestra merced, habéis honrado mi convite y yo quiero honrarosa lo persa mostrándoos la cosa más preciada que tengo en el mundo y que siempre voy a tener.Pero antes de hacerlo os ruegoque me digáis lo que opináis de una duda que voy a plantearos.Hay una persona que tiene en casa a un bueno y fiel servidorque enferma gravemente; este tal, sin esperar a ver el final del siervo enfermo lo hace llevar a mitad de la calle y no sepreocupa más de él; viene un extraño y, movido a compasión por el enfermo, se lo lleva a su casa y con gran solicitud y congastos lo devuelve a su salud primera; querría yo saber ahora si, teniéndolo y usando de sus servicios, su señor puede en todaequidad dolerse o quejarse del segundo si, al pedírselo, no quisiera devolvérselo.Los gentileshombres, después de varios razonamientos entre sí y concurriendo todos en la misma opinión, a NiccoluccioCaccianernici, porque era un conversador bueno y ornado, encargaron de la respuesta.Éste, alabando primeramente lacostumbre persa, dijo que él con los demás estaba concorde en esta opinión: que el primer señor ningún derecho tenía ya sobresu servidor puesto que en semejante caso no solamente lo había abandonado sino arrojado de sí, y que por los beneficiosrecibidos del segundo justamente parecía haber pasado a ser su servidor; por lo que, teniéndolo, ningún daño, ninguna fuerza,ninguna injuria le hacía al primero.Los demás hombres que a la mesa estaban, que mucho hombre valeroso había, dijeronjuntos que sostenían lo que había sido contestado por Niccoluccio.El caballero, contento con tal respuesta y con queNiccoluccio la hubiese dado, afirmó que él también era de aquella opinión y luego dijo:-Tiempo es ahora de que según mi promesa yo os honre.Y llamados dos de sus servidores, los envió a la señora, a quien había hecho vestir y adornar egregiamente, y le mandópedir que viniese a alegrar a los hombres nobles con su presencia.La cual, tomando en brazos a su hermosísimo hijito,acompañada por dos servidores, vino a la sala y, como plugo al caballero, junto a uno de los valerosos hombres se sentó; y éldijo:-Señores, ésta es la cosa más preciada que tengo y que entiendo tener más que ninguna otra; mirad si os parece que tengorazón
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