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.casi no sabía hablar.La nave que nos trajo estaba dañada y perdieron la mayoría de los archivos de identificación de los durmientes.Además, habían recogido a pasajeros de más de un sistema, así que no había forma de saber de dónde venía yo.—¿Quieres decir que no sabes en qué mundo naciste?—Bueno, puedo hacer algunas suposiciones.pero la verdad es que últimamente no me interesa mucho.—El sendero se hizo más empinado de repente y Amelia se puso delante de mí para subir la cuesta—.Este es mi mundo, Tanner.Es un lugar benditamente pequeño, pero creo que no es precisamente malo.¿Quién más puede decir que ha visto todo lo que el mundo puede ofrecerle?—Debe ser muy aburrido.—En absoluto.Las cosas siempre cambian —señaló a la curva del hábitat—.Esa cascada no siempre estuvo ahí.Y antes había una pequeña aldea ahí abajo, donde ahora hemos hecho un lago.Siempre es así.Tenemos que cambiar continuamente estos senderos para evitar la erosión.cada año tengo que recordarlo todo de nuevo.Tenemos estaciones y años en los que nuestros cultivos no crecen tan bien como otros.Algunos años también tenemos superabundancia, si Dios quiere.Y siempre hay algo que explorar.Y, por supuesto, recibimos a gente constantemente.algunos de ellos se unen a la Orden —bajó la voz—.Afortunadamente no todos son como el hermano Alexei.—Siempre hay una manzana podrida.—Lo sé.Y no debería decir esto, pero.después de lo que me has enseñado, casi estoy deseando que Alexei lo vuelva a intentar.Comprendí cómo se sentía.—Dudo que lo haga, pero no me gustaría estar en su pellejo si lo intenta.—Seré amable con él, no te preocupes.Se hizo otro silencio incómodo durante el que escalamos la última pendiente hacia el final del cono.Mi peso debía de haber descendido a una décima parte de lo que había sido en el chalet, pero todavía se podía andar.aunque parecía que el suelo retrocedía tras cada paso.Más adelante, discretamente velado tras un bosquecillo que había crecido al azar con tan baja gravedad, había una puerta blindada que conducía al exterior de la cámara.—Estás decidido a marcharte, ¿verdad? —preguntó Amelia.—Cuanto antes llegue a Ciudad Abismo, mejor.—No será como esperas, Tanner.Ojalá te quedaras un poco más, solo para poder ponerte en forma.—dejó la frase en el aire; era evidente que se daba cuenta de que no me convencería.—No te preocupes por mí; ya me pondré al día con mi historia.—Le sonreí; al mismo tiempo me odiaba a mí mismo por la forma en que me había visto obligado a mentirle, pero no tenía otra alternativa—.Gracias por tu amabilidad, Amelia.—Ha sido un placer, Tanner.—En realidad.—miré a mi alrededor para comprobar que no nos observaban; no había nadie—.Me harías muy feliz si aceptaras esto.—Me metí la mano en el bolsillo de los pantalones y saqué la pistola de cuerda totalmente montada—.Será mejor que no me preguntes por qué llevaba esto encima, Amelia.Pero creo que ya no me serviría para mucho.—Creo que no debería cogerla, Tanner.Se la puse en la mano.—Entonces, confíscala.—Supongo que debería.¿Funciona?Asentí con la cabeza; no hacía falta entrar en detalles.—Te vendrá bien si alguna vez tienes problemas serios.Ella ocultó la pistola.—Solo la estoy confiscando, nada más.—Comprendo.Ella alargó una mano para estrechar la mía.—Ve con Dios, Tanner.Espero que encuentres a tu amigo.Me di la vuelta antes de que pudiera verme la cara.9Atravesé la puerta blindada.Al otro lado había un pasillo con paredes de acero bruñido, lo que erradicaba cualquier impresión de que Idlewild fuera un lugar y no una construcción de diseño humano que giraba en el vacío.En vez del murmullo distante de las cascadas enanas, escuché el zumbido de los ventiladores y los grupos electrógenos.El aire tenía un aroma a medicina que no había notado hasta aquel momento.—¿Señor Mirabel? Hemos oído que se marcha.Por aquí, por favor.El primero de los dos Mendicantes que me esperaba me hizo un gesto para que lo siguiera por el pasillo.Caminamos por él con pasos elásticos.Al final del pasillo había un ascensor que nos transportó durante una corta distancia en vertical hasta el verdadero eje de rotación de Idlewild, punto desde el cual cubrimos una distancia horizontal mucho mayor hasta llegar al extremo final del casco abandonado que formaba aquella mitad de la estructura.Permanecimos en silencio dentro del ascensor, lo que no me suponía ningún problema.Me imaginé que los Mendicantes habrían agotado cualquier posible conversación con los reanimados hacía tiempo; que ya habrían escuchado cientos de veces cualquiera de mis respuestas a cualquiera de sus preguntas.Pero ¿y si me preguntaban qué iba a hacer en Yellowstone y yo les respondía con sinceridad?—¿Que qué voy a hacer? Pues lo cierto es que pretendo matar a alguien.Creo que hubiera merecido la pena solo por verles la cara.Pero probablemente hubieran supuesto que se trataba de un tipo con alucinaciones que se había dado de alta demasiado rápido.Al poco rato, el ascensor empezó a avanzar por el interior de un tubo de paredes de cristal que recorría el exterior de Idlewild.Ya casi no había gravedad, así que tuvimos que sujetar brazos y piernas a las paredes del ascensor por medio de grapas acolchadas.Los Mendicantes lo hicieron con facilidad y después disfrutaron en silencio de mis torpes intentos por sujetarme.A pesar de todo, la vista más allá del ascensor merecía la pena.Pude ver con mayor claridad el enjambre del aparcamiento que Amelia me había mostrado dos días antes.el enorme banco de naves espaciales; todas aquellas astillas puntiagudas eran casi tan grandes como Idlewild, aunque parecían diminutas en comparación con todo el enjambre.Cuando una de las naves arrancaba los propulsores del casco para ajustar su perezosa órbita alrededor de las otras naves, una luz violeta las rodeaba a todas durante un instante; cuestión de etiqueta, una astuta colocación o una maniobra urgente para evitar un choque.Pensé que las luces de las naves distantes tenían una belleza desgarradora.Era algo que tenía que ver tanto con los logros humanos como con la inmensidad frente a la que tales logros parecían muy frágiles.Daba igual que las luces pertenecieran a una carabela que luchaba contra el oleaje en un horizonte de tormenta o a una nave espacial con casco de diamante que acababa de abrirse paso a través del espacio interestelar.Entre el enjambre de Idlewild, pude ver un par de manchas más brillantes que debían de ser las llamas de los escapes de las lanzaderas en tránsito o nuevas naves que llegaban o partían.De cerca, el centro de Idlewild (el extremo terminado en punta del cono) era un enredo aleatorio de puertos de atraque, módulos de servicio y áreas médicas y de cuarentena.Allí había al menos una docena de naves, la mayoría amarradas al Hospicio, aunque casi todas parecían pequeñas naves de mantenimiento.el tipo de vehículos que usarían los Mendicantes si necesitaran salir al exterior de su mundo para realizar reparaciones.Solo había dos naves grandes, y las dos eran pececillos comparadas con cualquiera de las bordeadoras lumínicas de la multitud del aparcamiento [ Pobierz całość w formacie PDF ]

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