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.Y fue esta negación añadir llama a llama y deseo a deseo, porque, aunquepusieron silencio a las lenguas, no le pudieron poner a las plumas, las cuales,con más libertad que las lenguas, suelen dar a entender a quien quieren lo queen el alma está encerrado; que muchas veces la presencia de la cosa amada turbay enmudece la intención más determinada y la lengua más atrevida.¡Ay cielos, ycuántos billetes le escribí! ¡Cuán regaladas y honestas respuestas tuve!¡Cuántas canciones compuse y cuántos enamorados versos, donde el alma declarabay trasladaba sus sentimientos, pintaba sus encendidos deseos, entretenía susmemorias y recreaba su voluntad!110»En efeto, viéndome apurado, y que mi alma se consumía con el deseo de verla,determiné poner por obra y acabar en un punto lo que me pareció que más conveníapara salir con mi deseado y merecido premio; y fue el pedírsela a su padre porlegítima esposa, como lo hice; a lo que él me respondió que me agradecía lavoluntad que mostraba de honralle, y de querer honrarme con prendas suyas, peroque, siendo mi padre vivo, a él tocaba de justo derecho hacer aquella demanda;porque, si no fuese con mucha voluntad y gusto suyo, no era Luscinda mujer paratomarse ni darse a hurto.»Yo le agradecí su buen intento, pareciéndome que llevaba razón en lo que decía,y que mi padre vendría en ello como yo se lo dijese; y con este intento, luegoen aquel mismo instante, fui a decirle a mi padre lo que deseaba.Y, al tiempoque entré en un aposento donde estaba, le hallé con una carta abierta en lamano, la cual, antes que yo le dijese palabra, me la dio y me dijo: ''Por esacarta verás, Cardenio, la voluntad que el duque Ricardo tiene de hacertemerced''.» Este duque Ricardo, como ya vosotros, señores, debéis de saber, es ungrande de España que tiene su estado en lo mejor desta Andalucía.«Tomé y leí lacarta, la cual venía tan encarecida que a mí mesmo me pareció mal si mi padredejaba de cumplir lo que en ella se le pedía, que era que me enviase luego dondeél estaba; que quería que fuese compañero, no criado, de su hijo el mayor, y queél tomaba a cargo el ponerme en estado que correspondiese a la estimación en queme tenía.Leí la carta y enmudecí leyéndola, y más cuando oí que mi padre medecía: ''De aquí a dos días te partirás, Cardenio, a hacer la voluntad delduque; y da gracias a Dios que te va abriendo camino por donde alcances lo queyo sé que mereces''.Añadió a éstas otras razones de padre consejero.»Llegóseel término de mi partida, hablé una noche a Luscinda, díjele todo lo que pasaba,y lo mesmo hice a su padre, suplicándole se entretuviese algunos días y dilataseel darle estado hasta que yo viese lo que Ricardo me quería.Él me lo prometió yella me lo confirmó con mil juramentos y mil desmayos.Vine, en fin, donde elduque Ricardo estaba.Fui dél tan bien recebido y tratado, que desde luegocomenzó la envidia a hacer su oficio, teniéndomela los criados antiguos,pareciéndoles que las muestras que el duque daba de hacerme merced habían de seren perjuicio suyo.Pero el que más se holgó con mi ida fue un hijo segundo delduque, llamado Fernando, mozo gallardo, gentilhombre, liberal y enamorado, elcual, en poco tiempo, quiso que fuese tan su amigo, que daba que decir a todos;y, aunque el mayor me quería bien y me hacía merced, no llegó al estremo con quedon Fernando me quería y trataba.»Es, pues, el caso que, como entre los amigos no hay cosa secreta que no secomunique, y la privanza que yo tenía con don Fernando dejada de serlo por seramistad, todos sus pensamientos me declaraba, especialmente uno enamorado, quele traía con un poco de desasosiego.Quería bien a una labradora, vasalla de supadre (y ella los tenía muy ricos), y era tan hermosa, recatada, discreta yhonesta que nadie que la conocía se determinaba en cuál destas cosas tuviese másexcelencia ni más se aventajase.Estas tan buenas partes de la hermosa labradoraredujeron a tal término los deseos de don Fernando, que se determinó, para poderalcanzarlo y conquistar la entereza de la labradora, darle palabra de ser suesposo, porque de otra manera era procurar lo imposible.Yo, obligado de suamistad, con las mejores razones que supe y con los más vivos ejemplos que pude,procuré estorbarle y apartarle de tal propósito.Pero, viendo que noaprovechaba, determiné de decirle el caso al duque Ricardo, su padre.Mas donFernando, como astuto y discreto, se receló y temió desto, por parecerle queestaba yo obligado, en vez de buen criado, no tener encubierta cosa que tan enperjuicio de la honra de mi señor el duque venía; y así, por divertirme yengañarme, me dijo que no hallaba otro mejor remedio para poder apartar de lamemoria la hermosura que tan sujeto le tenía, que el ausentarse por algunosmeses; y que quería que el ausencia fuese que los dos nos viniésemos en casa demi padre, con ocasión que darían al duque que venía a ver y a feriar unos muybuenos caballos que en mi ciudad había, que es madre de los mejores del mundo.111»Apenas le oí yo decir esto, cuando, movido de mi afición, aunque sudeterminación no fuera tan buena, la aprobara yo por una de las más acertadasque se podían imaginar, por ver cuán buena ocasión y coyuntura se me ofrecía devolver a ver a mi Luscinda.Con este pensamiento y deseo, aprobé su parecer yesforcé su propósito, diciéndole que lo pusiese por obra con la brevedadposible, porque, en efeto, la ausencia hacía su oficio, a pesar de los másfirmes pensamientos.Ya cuando él me vino a decir esto, según después se supo,había gozado a la labradora con título de esposo, y esperaba ocasión dedescubrirse a su salvo, temeroso de lo que el duque su padre haría cuandosupiese su disparate.»Sucedió, pues, que, como el amor en los mozos, por la mayor parte, no lo es,sino apetito, el cual, como tiene por último fin el deleite, en llegando aalcanzarle se acaba y ha de volver atrás aquello que parecía amor, porque nopuede pasar adelante del término que le puso naturaleza, el cual término no lepuso a lo que es verdadero amor.; quiero decir que, así como don Fernando gozóa la labradora, se le aplacaron sus deseos y se resfriaron sus ahíncos; y siprimero fingía quererse ausentar, por remediarlos, ahora de veras procurabairse, por no ponerlos en ejecución.Diole el duque licencia, y mandóme que le acompañase.Venimos a mi ciudad,recibióle mi padre como quien era; vi yo luego a Luscinda, tornaron a vivir,aunque no habían estado muertos ni amortiguados, mis deseos, de los cuales dicuenta, por mi mal, a don Fernando, por parecerme que, en la ley de la muchaamistad que mostraba, no le debía encubrir nada.Alabéle la hermosura, donaire ydiscreción de Luscinda de tal manera, que mis alabanzas movieron en él losdeseos de querer ver doncella de tantas buenas partes adornada
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