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.Sabemos que cantaron en el desierto, pero no los escuchamos, por lo cual, hasta ciertopunto, podríamos decir que cantaron para sí mismos, aunque ése no era, en principio, eldestino de su canto.Puesto que no los oímos, también podríamos dudar de que efectivamente hayan cantado;sin embargo, estamos seguros de que sus voces se elevan o se elevaron por encima de lasarenas del desierto, con esa clase de certeza que nos permite afirmar que la Tierra es redonda,sin haber visto su forma, o que gira alrededor del Sol, sin que en los hechos, nos demoscuenta de que nos movemos.Es la clase de convicción que nos hace suponer que han cantadoen el desierto, a pesar de no haberlos oído.Por ser el canto una de las aptitudes de la gente yporque existen los desiertos.Ella canta a media voz.Las arenas son blancas, y el cielo, amarillo.Está sentada en unmédano, a poca altura, con los ojos cerrados, y el polvo le cubre el cuello, las pestañas, loslabios por donde escapa un hilo de voz como un licor sobre la tierra reseca.Canta sin quenadie la escuche, a pesar de lo cual, estamos seguros de que canta, o de que ha cantado algunavez.Con seguridad el hilo de su voz se pierde casi de inmediato en el espacio amarillo que larodea, sin vibraciones.Y el Sol, que chupa con voracidad las pocas gotas de agua de un lagopróximo, se bebe las notas de su canto con furor.No por eso ella deja de cantar, ni tampocoeleva la voz: continúa cantando en medio de las arenas blancas, de las pirámides de sal que seelevan como templos de una divinidad ciega y obtusa.Las arenas, que han devorado a más deun camello y su jinete, ocultan las notas de su canto.Pero al otro día (o a la otra noche,porque si bien no lo oímos, podemos suponer que también canta bajo el cielo oscuro, en lasoledad del desierto) ella vuelve a elevar la voz.Tanta insistencia no sorprende a nadie, puesparece algo intrínseco al canto, ya veces, intrínseco al desierto.A tal punto que nos seríadifícil imaginar un desierto sin una mujer apostada sobre un médano, cantando, sin serescuchada.La naturaleza del canto nos es desconocida, aunque estamos persuadidos de que el cantoexiste.Cuando ella baja a la ciudad (porque no siempre está en el desierto: a veces compartela vida de nuestras ciudades y ejecuta los actos convencionales que venimos repitiendo desdenacidos) la aceptamos como una habitante más, porque en realidad, nada la distingue denosotros mismos, salvo el hecho de que canta en el desierto: algo que podemos olvidar,puesto que nadie la oye.Cuando vuelve a desaparecer, suponemos que ha regresado aldesierto y que en medio de las arenas blancas y el cielo como un océano, ella alza la voz,eleva su canto que como una gota de agua caída del espacio, el médano se traga.Gloria del PinoCuando a la mañana siguiente Claudia rebobinó la cinta no encontró ningún relato que laentusiasmara.No es que la calidad de los cuentos fuera mala, ni siquiera mediocre, algunostenían una redacción impecable, pero la temática era insulsa, repetida y aburrida.Claudia se había dormido alrededor de las dos y el programa de radio aún había duradomedia hora más.La cara b de la cinta se estaba acabando cuando la locutora presentó elcuento de la semana, de autoría reconocida con el mundo de la literatura y todo eso, esta vezle había tocado a Peri Rossi.Aquel nombre resonó dentro de la cabeza de Claudia, lo habíaescuchado alguna vez en algún otro lugar, así que procuró prestar atención y subió un poco elvolumen del aparato.La mujer pasó corriendo frente a la ventana, y a él le pareció una hora demasiadotemprana para llorar.La cinta saltó, se había acabado, no había más.Claudia le dio la vuelta y buscó lacontinuación sabiendo que no la iba a encontrar.No tardó demasiado en rendirse su empeño,pero volvió a escuchar aquellas frases una y otra vez hasta que se las aprendió de memoria.Le pareció que detrás de aquel comienzo tenía que existir una historia tremenda, eraperfecto, él y su serenidad, ella y su desesperación.Sintió una necesidad extrema nuncasentida antes, tenía mono de aquel relato, necesitaba escucharlo.No podía encontrar lacontinuación de las palabras de Peri Rossi un domingo por la mañana.No podía así que cogióboli y papel y empezó a escribir sin pensar, compulsivamente.La mujer pasó corriendo frente a la ventana, y a él le pareció una hora demasiadotemprana para llorar.Hacía un rato que se había despertado, sentía un frío intenso en la piel pero no lanecesidad de abrigarse el pecho.Un dolor punzante en el pecho.La vieja ya no estaba a su lado y la taza de café estaba vacía, le pareció extraño eldescuido de la esposa pero supo disculparlo.Se acababa de sentar en el borde de la cama cuando vio pasar a la mujer desde su ventana.La conocía.Quizá verla correr la había hecho parecer más joven pero la torpeza de sus añoscargaba sus piernas.Él la conocía, era su mujer y le pareció, no sólo una hora temprana parallorar sino un raro suceso el de que la vieja corriera y llorara a una hora tan temprana.Mientras andaba en estas cavilaciones perdió a la mujer de vista y dejó que su mirada seperdiera también en el vacío.Recordó la única vez en que había visto a aquella mujer llorar, élhabía llorado con ella viendo en el regazo de la fémina el cuerpecillo inerte.Sin percatarse él, la vieja volvió a pasar ante la ventana, esta vez acompañada por unhombre que no lloraba pero que corría también.El viejo sintió como una lágrima sesgaba su mejilla, se sorprendió llorando y al querertirar de la sábana para limpiarse los ojos sintió un impedimento, pesaba demasiado.Se girópara ver qué sucedía.Justo detrás de su cuerpecillo gastado, yacía un cuerpo ocupando sulado de la cama, su trozo de almohada, un cuerpo de cara idéntica a la suya, pero quizás unpoco más vieja.Alguien abrió repentinamente la puerta de la habitación, la vieja que todavía lloraba peroya no corría, entró en el dormitorio seguida del médico del barrio.El viejo no supo entender lo que sucedía.Se levantó y se acurrucó en la esquina másoscura.La vieja lloraba, el médico reconocía el cuerpo, el viejo se sentía cada vez más fríoslos pies.El médico miró a la vieja y con sobriedad denegó con la cabeza, así son las cosas, la viejabajó la cabeza y lloró todavía más haciendo menos ruido, ¿por qué te vas?, el viejo se sintióhelado, dolorido y el frío siguió llenando sus oídos hasta hacérselos estallar, desapareció parasiempre, ven.La vieja levantó la cabeza hasta la esquina desde la que le había llegado aquelescalofrío dorsal.Espérame.Claudia leyó el relato después de escrito.No era bueno pero había aplacado su mono.Deseó por primera vez en su vida que llegara el lunes.No fue difícil encontrar el cuento dentro de una recopilación de cuentoshispanoamericanos, le temblaban las manos cuando lo cogió, le temblaron más cuando buscóa Peri Rossi entre las páginas.La emoción que la embargaba hizo que allí mismo, de pie entredos estanterías, se pusiera a leer.Ella no lo vio.Una enorme sonrisa llenaba su gesto.Esperó un par de vueltas más, hasta que al fin, gimoteante, la mujer se derrumbó en elsuelo.Ahora iba él. La he visto correr desde mi ventana
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